Claudio Galeno de Pérgamo.
Galeno nació en Pérgamo de una familia de arquitectos, fue un médico griego. Sus puntos de vista dominaron la medicina europea a lo largo de más de mil años. Se interesó por una gran variedad de temas, agricultura, arquitectura, astronomía, astrología, filosofía y principalmente medicina. Inicia su formación en la medicina a los 17 años de edad. A los 20 años se convierte en therapeutes (discípulo o socio) del dios Asclepio. Durante doce años se dedica a estudiar medicina. Cuando regresa a Pérgamo, trabaja como médico en la escuela de gladiadores durante tres o cuatro años. Viaja a Esmirna, Corinto y Alejandría donde amplía sus conocimientos en anatomía y clínica. Siendo ya reconocido, ubica su residencia en Roma, como médico de los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero. En sus obras Galeno demuestra su capacidad para emitir conclusiones a partir de las relaciones que encuentra entre datos provenientes de la experimentación con animales, la práctica clínica y el quehacer filosófico, científico y práctico decantado con la experiencia.
Galeno nació en Pérgamo de una familia de arquitectos, fue un médico griego. Sus puntos de vista dominaron la medicina europea a lo largo de más de mil años. Se interesó por una gran variedad de temas, agricultura, arquitectura, astronomía, astrología, filosofía y principalmente medicina. Inicia su formación en la medicina a los 17 años de edad. A los 20 años se convierte en therapeutes (discípulo o socio) del dios Asclepio. Durante doce años se dedica a estudiar medicina. Cuando regresa a Pérgamo, trabaja como médico en la escuela de gladiadores durante tres o cuatro años. Viaja a Esmirna, Corinto y Alejandría donde amplía sus conocimientos en anatomía y clínica. Siendo ya reconocido, ubica su residencia en Roma, como médico de los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero. En sus obras Galeno demuestra su capacidad para emitir conclusiones a partir de las relaciones que encuentra entre datos provenientes de la experimentación con animales, la práctica clínica y el quehacer filosófico, científico y práctico decantado con la experiencia.
- Sobre las Escuelas de Medicina a los principiantes [1].
El propósito del arte médica es la salud, y su fin la adquisición de ésta. Es preciso que los médicos conozcan los procedimientos mediante los cuales puede uno procurarse la salud, si no se tiene, o conservarla, si se tiene ya. Aquello que procura la salud se no se tiene recibe el nombre de remedios y auxilios, mientras que lo que la preserva se denomina dieta saludable.
Precisamente la antigua definición afirma que la medicina es la ciencia de los factores saludables y nocivos, llamando saludables a aquellos que preservan la salud existente y recuperan la que se ha perdido, y nocivos a los contrarios a éstos. El médico precisa efectivamente del conocimiento de ambos con el fin de obtener unos y evitar los otros. Sin embargo, de dónde ha de procurarse el conocimiento de estos factores es algo sobre lo que no existe acuerdo entre todos, sino que unos aseguran que la experiencia se basta a sí misma para el arte, mientras que para otros la razón parece desempeñar un papel no desdeñable. Los primeros se llaman empíricos porque parte únicamente de la experiencia, y derivan de ésta su nombre, y del mismo modo los que parten de la razón se llaman racionales. Éstas son las dos primeras escuelas de medicina: la una se basa en la experiencia para llegar al descubrimiento de los remedios, y la otra en las demostraciones.
Estas escuelas recibieron los nombres de empírica y racional, y se extendió la costumbre de llamar a la empírica observadora y mnemonéutica, y a la racional dogmática y analogística. Y de forma análoga a las escuelas, a los hombres que se habían decantado por la experiencia les llamaron empíricos, observadores y mnemonéuticos de los hechos evidentes, mientras que cuantos se habían sometido a la razón fueron denominados racionales, dogmáticos y analogísticos.
Los empíricos afirman que el arte médica se constituye del siguiente modo: después de observar que muchas de las enfermedades humanes se producen de manera espontánea, estén los hombres sanos o enfermos, las diarreas o alguna otra afección de este tipo que conlleva daño o beneficio pero que no tiene una causa bien perceptible, mientras que otras tienen una causa evidente pero no dependen de nuestra voluntad sino de alguna contingencia, como cuando sucede que al caerse alguien o recibir un golpe o ser herido de cualquier otra manera le fluye sangre, o cuando en la enfermedad, y satisfaciendo el deseo, de bebe agua fría, vino u otra cosa por el estilo, y cada una de éstas acaba en beneficio o perjuicio: pues bien, a la primera clase de factores que benefician o perjudican la llamaron “natural”, y a la segunda “coyuntural”.
Precisamente la antigua definición afirma que la medicina es la ciencia de los factores saludables y nocivos, llamando saludables a aquellos que preservan la salud existente y recuperan la que se ha perdido, y nocivos a los contrarios a éstos. El médico precisa efectivamente del conocimiento de ambos con el fin de obtener unos y evitar los otros. Sin embargo, de dónde ha de procurarse el conocimiento de estos factores es algo sobre lo que no existe acuerdo entre todos, sino que unos aseguran que la experiencia se basta a sí misma para el arte, mientras que para otros la razón parece desempeñar un papel no desdeñable. Los primeros se llaman empíricos porque parte únicamente de la experiencia, y derivan de ésta su nombre, y del mismo modo los que parten de la razón se llaman racionales. Éstas son las dos primeras escuelas de medicina: la una se basa en la experiencia para llegar al descubrimiento de los remedios, y la otra en las demostraciones.
Estas escuelas recibieron los nombres de empírica y racional, y se extendió la costumbre de llamar a la empírica observadora y mnemonéutica, y a la racional dogmática y analogística. Y de forma análoga a las escuelas, a los hombres que se habían decantado por la experiencia les llamaron empíricos, observadores y mnemonéuticos de los hechos evidentes, mientras que cuantos se habían sometido a la razón fueron denominados racionales, dogmáticos y analogísticos.
Los empíricos afirman que el arte médica se constituye del siguiente modo: después de observar que muchas de las enfermedades humanes se producen de manera espontánea, estén los hombres sanos o enfermos, las diarreas o alguna otra afección de este tipo que conlleva daño o beneficio pero que no tiene una causa bien perceptible, mientras que otras tienen una causa evidente pero no dependen de nuestra voluntad sino de alguna contingencia, como cuando sucede que al caerse alguien o recibir un golpe o ser herido de cualquier otra manera le fluye sangre, o cuando en la enfermedad, y satisfaciendo el deseo, de bebe agua fría, vino u otra cosa por el estilo, y cada una de éstas acaba en beneficio o perjuicio: pues bien, a la primera clase de factores que benefician o perjudican la llamaron “natural”, y a la segunda “coyuntural”.
[1] Galeno, Tratados filosóficos y autobiográficos, Traducción al castellano de Teresa Martínez Manzano, España, Editorial Gredos, 2002, p. 111-119.
- Sobre la epilepsia y sus causas [1]
Diferencias entre humores flemáticos y melancólicos, causantes de epilepsias, melancólicas, delirios violentos y frenitis. La epilepsia es también una convulsión de todas las partes del cuerpo y no se produce de forma continua como la emprostotonía, la opistotonía y el tétanos, sino a intervalos de tiempo. No sólo en ello se diferencia de los mencionados espasmos, sino también de la lesión en la conciencia y de las sensaciones; por ello es evidente que el origen de esta afección está arriba, en el propio encéfalo. Y como cesa también rápidamente, es más lógico pensar que un espeso humor produce la afección en los ventrículos encefálicos al obstruir la salida del pneuma, y que el principio de los nervios se agita para sustraerse a las sustancias molestas.
Tal vez también, al empaparse el origen de cada nervio, se produce el espasmo de los epilépticos de forma semejante a los espasmos que tienen su origen en la médula. Lo repentino de su comienzo y cese demuestra que la afección no se origina nunca por sequedad y vacuidad, sino por la consistencia de un humor. En efecto, un humor espeso y viscosos podría obstruir de repente los conductos; sin embargo, no es posible que el encéfalo o la membrana delgada que allí se encuentra lleguen a tal estado de sequedad como para asemejarse al cuero, sino al cabo de mucho tiempo. A ello se añade que este enfermo no ve ni oye ni ejerce en absoluto ningún sentido; tampoco comprende lo que ocurre y tiene afectados su raciocinio y su capacidad de recordar.
[1] Galeno, Sobre la localización de las enfermedades, Traducción al castellano de Salud Andrés Aparicio, España, Editorial Gredos, 2002, p. 130-135.
Tal vez también, al empaparse el origen de cada nervio, se produce el espasmo de los epilépticos de forma semejante a los espasmos que tienen su origen en la médula. Lo repentino de su comienzo y cese demuestra que la afección no se origina nunca por sequedad y vacuidad, sino por la consistencia de un humor. En efecto, un humor espeso y viscosos podría obstruir de repente los conductos; sin embargo, no es posible que el encéfalo o la membrana delgada que allí se encuentra lleguen a tal estado de sequedad como para asemejarse al cuero, sino al cabo de mucho tiempo. A ello se añade que este enfermo no ve ni oye ni ejerce en absoluto ningún sentido; tampoco comprende lo que ocurre y tiene afectados su raciocinio y su capacidad de recordar.
[1] Galeno, Sobre la localización de las enfermedades, Traducción al castellano de Salud Andrés Aparicio, España, Editorial Gredos, 2002, p. 130-135.
- Sobre las diferencias de los pulsos [1]
Qué fue lo que impulsó a Galeno a combatir las chanzas de los neumáticos, y qué es el pulso exactamente. Ya he dicho al comienzo del segundo libro cuánta utilidad para la práctica del arte se contiene en el libro primero, pues quedó expuesto a lo que se refiere a todo el número de pulsos y recorrimos sus denominaciones, en cuanto las hay, y mandé que el que quisiera pasar a lo útil de la doctrina del conocimiento del pulso, la leyese escrita en cuatro libros a continuación de esta obra, y después leyese la de las causas en otros cuatro, y así llegaría a la de los pronósticos, escrita por nosotros mismos, también está en otros cuatro libros.
Pero en esta obra acerca de las diferencias de pulso, lo que viene después del libro primero, lo mismo que voy a escribir ahora, se ha escrito por la superflua charlatanería de los médicos modernos, a petición de algunos compañeros, aunque yo les he resistido durante mucho tiempo. Pues me parecía mejor dejar sin escribir cosas inútiles y superfluas, y no responder con divagaciones, ni voluntaria ni involuntariamente, a lo que divagan.
Pero en verdad es insoportable el atrevimiento de algunos, que desconocen cuántas son las dificultades de la definición, mas con todo definen, no sólo los pulsos, sino todo lo demás. Y si bien de nada sirven las definiciones cuando sin llegar a ellas se comprenden bien las cosas, como en la denominación del pulso, la cual no solo comprenden los médicos sino todos los hombres. Pues cuando extienden la mano y presentan la muñeca, mandando que el médico palpe el pulso, ¿hay que decir que ellos usan el nombre de pulso como podrían usar el de skindapsós,[2] o bien pronunciando tal voz indicando una cosa? Me parece que es mejor decir que significando una cosa es como han puesto el nombre de pulso. ¿Es que llaman al pulso como al hipocentauro y las sirenas o la Escila, o ponen el nombre como de cosa existente? A mí me parece también en este caso que es mejor decir que el nombre de pulso se dice por aquellos como de cosa existente, y esa cosa es el movimiento de las arterias, que ven durante toda la vida todos los hombres en todas partes del cuerpo donde aquellas existen. Pues ciertamente también en las partes inflamadas dicen que se siente cierto pulso, como también que las sienes laten en las fibras ardientes, después de la bebida excesiva de vino puro, en ciertas cefalalgias, y especialmente en las originadas por insolación. Y cuando estas cosas se las explican los unos a los otros, no necesitan de largos discursos con los que los médicos modernos han llenado libros de las admirables discusiones que hacen unos contra otros acerca de la definición del mismo pulso y de todas las diferencias particulares de él, como del vehemente y grande y pleno, igual y ordenado y los restantes, de los cuales ya he dicho mucho por causa de ellos y de sus escritos donde comento y a la vez juzgo el libro de Arquígenes sobre los pulsos, puesto que a este hombre, junto con los demás médicos modernos, le atacó la enfermedad de la definofilia (pues yo también aplico esta denominación nueva a una cosa nueva). Por cierto que no era digno Arquígenes de sufrir este mal, ya que era hombre bien cuidadoso en la práctica del arte. Pero lo mismo que de la sarna y de la oftalmia disfrutan sin quererlo algunos de los que se acercan, así también este hombre ha sido arrastrado a las charlatanerías sobre las definiciones, aunque se aplicara más que los otros a las obras del arte.
Que ciertamente desean lo que más ignoran, se lo muestro a ellos en pocas palabras: ordeno que digan el nombre de lo que quiero, y después que hagan esto les mando otra vez que digan un número de versos, y lo recorro en el metro que quieran tratando de la definición. Y quedan heridos con este alarde, aunque se hallan en un alto grado de estupidez. Porque como se puede hacer sobre cada uno de los hombres un libro entero, resultarán más de mil versos. Y si vamos recorriendo igualmente todo punto por punto, me parece que me he decidido a una cosa tremenda si me veo obligado a irme planteando cuestiones acerca de los pulsos para mostrar la necia charlatanería de ellos.
[1] José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll, Domingo Pérez González y Salvador Rosales de Gante, Lectio et disputatio, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003, p. 58-72.
[2] Nombre arbitrario, dado al azar por el autor en tono irónico.
Pero en esta obra acerca de las diferencias de pulso, lo que viene después del libro primero, lo mismo que voy a escribir ahora, se ha escrito por la superflua charlatanería de los médicos modernos, a petición de algunos compañeros, aunque yo les he resistido durante mucho tiempo. Pues me parecía mejor dejar sin escribir cosas inútiles y superfluas, y no responder con divagaciones, ni voluntaria ni involuntariamente, a lo que divagan.
Pero en verdad es insoportable el atrevimiento de algunos, que desconocen cuántas son las dificultades de la definición, mas con todo definen, no sólo los pulsos, sino todo lo demás. Y si bien de nada sirven las definiciones cuando sin llegar a ellas se comprenden bien las cosas, como en la denominación del pulso, la cual no solo comprenden los médicos sino todos los hombres. Pues cuando extienden la mano y presentan la muñeca, mandando que el médico palpe el pulso, ¿hay que decir que ellos usan el nombre de pulso como podrían usar el de skindapsós,[2] o bien pronunciando tal voz indicando una cosa? Me parece que es mejor decir que significando una cosa es como han puesto el nombre de pulso. ¿Es que llaman al pulso como al hipocentauro y las sirenas o la Escila, o ponen el nombre como de cosa existente? A mí me parece también en este caso que es mejor decir que el nombre de pulso se dice por aquellos como de cosa existente, y esa cosa es el movimiento de las arterias, que ven durante toda la vida todos los hombres en todas partes del cuerpo donde aquellas existen. Pues ciertamente también en las partes inflamadas dicen que se siente cierto pulso, como también que las sienes laten en las fibras ardientes, después de la bebida excesiva de vino puro, en ciertas cefalalgias, y especialmente en las originadas por insolación. Y cuando estas cosas se las explican los unos a los otros, no necesitan de largos discursos con los que los médicos modernos han llenado libros de las admirables discusiones que hacen unos contra otros acerca de la definición del mismo pulso y de todas las diferencias particulares de él, como del vehemente y grande y pleno, igual y ordenado y los restantes, de los cuales ya he dicho mucho por causa de ellos y de sus escritos donde comento y a la vez juzgo el libro de Arquígenes sobre los pulsos, puesto que a este hombre, junto con los demás médicos modernos, le atacó la enfermedad de la definofilia (pues yo también aplico esta denominación nueva a una cosa nueva). Por cierto que no era digno Arquígenes de sufrir este mal, ya que era hombre bien cuidadoso en la práctica del arte. Pero lo mismo que de la sarna y de la oftalmia disfrutan sin quererlo algunos de los que se acercan, así también este hombre ha sido arrastrado a las charlatanerías sobre las definiciones, aunque se aplicara más que los otros a las obras del arte.
Que ciertamente desean lo que más ignoran, se lo muestro a ellos en pocas palabras: ordeno que digan el nombre de lo que quiero, y después que hagan esto les mando otra vez que digan un número de versos, y lo recorro en el metro que quieran tratando de la definición. Y quedan heridos con este alarde, aunque se hallan en un alto grado de estupidez. Porque como se puede hacer sobre cada uno de los hombres un libro entero, resultarán más de mil versos. Y si vamos recorriendo igualmente todo punto por punto, me parece que me he decidido a una cosa tremenda si me veo obligado a irme planteando cuestiones acerca de los pulsos para mostrar la necia charlatanería de ellos.
[1] José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll, Domingo Pérez González y Salvador Rosales de Gante, Lectio et disputatio, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003, p. 58-72.
[2] Nombre arbitrario, dado al azar por el autor en tono irónico.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: TEXTOS CLÁSICOS DE MEDICINA TOMO I. CORTES, PÉREZ Y ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA DE LA BUAP. PUEBLA. PUE. MÉXICO 2007
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