Aulo Cornelio Celso
Aulo Cornelio Celso perteneció a la destacada familia romana de Los Cornelios. Patricio educado, reflexivo y humanitario. Su pasión enciclopedista lo llevó a escribir su obra De Artibus. Su monumental obra se perdió: casualmente la Re Medica fue encontrada por el papa Nicolás V alrededor de 1450 y fue la primera obra médica multiplicada por la naciente imprenta en 1478, llegó a ser popular entre los médicos a comienzos de la edad moderna. Re Medica recopila el conocimiento y práctica de la Medicina a comienzos del Imperio Romano. Su principal mérito, que todavía persiste, es haber traducido el léxico de la medicina helenística al latín. El orden de la obra incluye el Proemio, o Introducción y los capítulos sobre Dietética, Farmacéutica y Cirugía. Celso en su obra enuncia los cuatro signos clásicos de la inflamación: rubor, dolor, calor y tumor. Describió por primera vez las ligaduras. En las fracturas sugirió la utilización de férulas con vendajes de materiales semirrígidos como la cera y la pasta de harina. También describió instrumentos quirúrgicos. Su obra fue desconocida hasta finales del siglo XIV.
Tratado de medicina [1]
I.- Clasificación general de las enfermedades. Habiendo ya considerado todo lo referente a las enfermedades en general, paso a tratar de la curación de cada una de ellas. Ahora bien, los griegos las dividen en dos clases; agudas y crónicas. Y no siendo sus procesos siempre iguales, algunos clasificaron entre las agudas, las mismas enfermedades que otros incluyeron entre las crónicas; de donde se deduce claramente que hay más de dos clases: algunas son breves y agudas, y acaban con una persona en poco tiempo, o pasan pronto; otras son prolongadas y dilatan la recuperación o muerte del enfermo. Una tercera clase comprende aquellas que a veces son agudas y a veces crónicas, a la cual pertenecen no sólo las fiebres sino también otras enfermedades. Y además de éstas, hay una cuarta clase que no pueden llamarse agudas, porque no son mortales ni crónicas, sino de fácil curación cuando se administran los remedios apropiados. Al tratar de cada una de ellas puntualizaré a qué clase pertenecen.
Por el momento las dividiré a todas en dos grupos: las que afectan a todo el cuerpo y las que se presentan en regiones u órganos determinados. Tras unas cuantas observaciones generales sobre todas ellas, empezaré con las primeras. Pero antes debo afirmar que no hay enfermedad en la cual la fortuna pueda aspirar a tener más poder que el arte, ni el arte que la naturaleza: pero un médico tiene mayor excusa si no tiene éxito en las enfermedades agudas que en las crónicas. La razón es que en aquellas el médico dispone de un breve lapso, y si los remedios no tienen éxito, el paciente muere. En el segundo caso, hay tiempo suficiente, tanto para deliberar como para cambiar el tratamiento; por eso, si un médico ha sido llamado desde el principio, rara vez muere un enfermo obediente. No obstante, una enfermedad crónica, cuando está firmemente arraigada, es tan difícil de curar como una aguda. Y en verdad, cuanto más antigua es una enfermedad aguda, tanto más fácil es curarla; lo contrario ocurre con una crónica; es más fácil de curar cuanto más reciente es.
Hay otra cosa que no debemos ignorar: que los mismos remedios no van bien a todos los pacientes. De ahí que grandes autores ensalcen un remedio y otros no, con su experiencia. Lo procedente, por tanto, cuando el paciente no responde a un tratamiento, es atender menos al autor que al paciente, y probar un remedio tras otro. Teniendo en cuenta, sin embargo, que en las enfermedades agudas lo que no alivia debe cambiarse inmediatamente, en las crónicas, en las que el tiempo influye, no hay que apresurarse a condenar el remedio que no haya dado resultados inmediatos, ni mucho menos debe interrumpirse el tratamiento que haya producido un pequeño alivio, porque sus buenos efectos son obra del tiempo.
II.- Diagnósticos generales de enfermedades agudas y crónicas, y diferencia de régimen en cada una. Es fácil saber desde el principio si una enfermedad es aguda o crónica: no solo en las que presentan siempre los mismos síntomas, sino también en las que varían. Cuando se registran paroxismos acompañados de súbitos e intensos dolores, la enfermedad es aguda. Cuando hay poco dolor o la fiebre sube, o los intervalos entre los ataques son prolongados, y se presentan los síntomas que se han explicado en e libro anterior, es indudable que la enfermedad es crónica.
También es preciso observar si los trastornos aumentan, se estacionan o ceden, por que algunos remedios son más propios para las enfermedades que se agravan que para las que ya declinan. Y en las primeras es preferible administrar los remedios durante las remisiones. Ahora bien, una enfermedad se agrava cuando los dolores y paroxismos aumentan, cuando los paroxismos se repiten tas breves intervalos volviéndose cada vez más intensos. E incluso en las enfermedades crónicas, que no presentan tales síntomas, podremos saber cuándo empeoran observando la aparición de los siguientes síntomas: sueño intranquilo, frecuentes indigestiones, heces fétidas, torpeza en los sentidos, comprensión más difícil y palidez. Los síntomas contrarios indican mejoría.
Además, en las enfermedades agudas no debe darse alimento al paciente antes de que el mal empiece a ceder; pues el ayuno, disminuyendo la materia, puede quebrantar su violencia; en las enfermedades crónicas es menester hacerlo para que el enfermo pueda soportar la duración del mal. Más si la enfermedad no se halla generalizada en todo el cuerpo, sino en una parte u órgano determinado, es indispensable sostener las fuerzas de todo el cuerpo, ya que esas fuerzas contribuyen a curar las partes enfermas. También hay que considerar si una persona ha recibido un tratamiento adecuado o equivocado desde el principio, ya que, en el segundo caso, si el enfermo aun conserva sus fuerzas naturales, pronto se recuperará con el tratamiento adecuado. Pero ya que empecé con los síntomas indicadores de la proximidad de una dolencia, hablaré de los métodos terapéuticos a emplearse desde el principio. En efecto, lo primero es descanso y abstinencia; si se debe algo, debe ser agua, y a veces esto debe bastar durante un día; a veces durante dos, si continúa los síntomas alarmantes; e inmediatamente después del ayuno se debe tomar un ligero alimento y beber agua; al día siguiente, vino; después, un día agua y otro vino, alternando, hasta que desaparezca toda causa de temor. De este modo se evita a menudo una enfermedad peligrosa. Se engañan los que creen que al cabo de un día puede desaparecer la lasitud, con ejercicio, baños, una purga suave, eméticos, diaforéticos o simplemente vino. No es que en ocasiones no ocurra, mas no suele suceder así; y solo la abstinencia puede curar sin riesgo alguno. Especialmente, esto puede regularse según el estado del enfermo: si los síntomas son leves, bastará con abstenerse del vino, una disminución del cual ayuda más que la de la comida. Si los síntomas son algo más peligrosos, no solo basta beber agua (como en el primer caso), sino que debe prohibirse la carne, siendo a veces necesario reducir la ración diaria de pan y limitarse a tomar alimentos de alto contenido acuoso, como las verduras. Y puede ser suficiente abstenerse por completo de alimento, vino y todo movimiento, cuando síntomas violentos dan la alarma. Y raro será que se enferme el que siga estos preceptos para combatir la enfermedad a su debido tiempo.
Aulo Cornelio Celso perteneció a la destacada familia romana de Los Cornelios. Patricio educado, reflexivo y humanitario. Su pasión enciclopedista lo llevó a escribir su obra De Artibus. Su monumental obra se perdió: casualmente la Re Medica fue encontrada por el papa Nicolás V alrededor de 1450 y fue la primera obra médica multiplicada por la naciente imprenta en 1478, llegó a ser popular entre los médicos a comienzos de la edad moderna. Re Medica recopila el conocimiento y práctica de la Medicina a comienzos del Imperio Romano. Su principal mérito, que todavía persiste, es haber traducido el léxico de la medicina helenística al latín. El orden de la obra incluye el Proemio, o Introducción y los capítulos sobre Dietética, Farmacéutica y Cirugía. Celso en su obra enuncia los cuatro signos clásicos de la inflamación: rubor, dolor, calor y tumor. Describió por primera vez las ligaduras. En las fracturas sugirió la utilización de férulas con vendajes de materiales semirrígidos como la cera y la pasta de harina. También describió instrumentos quirúrgicos. Su obra fue desconocida hasta finales del siglo XIV.
Tratado de medicina [1]
I.- Clasificación general de las enfermedades. Habiendo ya considerado todo lo referente a las enfermedades en general, paso a tratar de la curación de cada una de ellas. Ahora bien, los griegos las dividen en dos clases; agudas y crónicas. Y no siendo sus procesos siempre iguales, algunos clasificaron entre las agudas, las mismas enfermedades que otros incluyeron entre las crónicas; de donde se deduce claramente que hay más de dos clases: algunas son breves y agudas, y acaban con una persona en poco tiempo, o pasan pronto; otras son prolongadas y dilatan la recuperación o muerte del enfermo. Una tercera clase comprende aquellas que a veces son agudas y a veces crónicas, a la cual pertenecen no sólo las fiebres sino también otras enfermedades. Y además de éstas, hay una cuarta clase que no pueden llamarse agudas, porque no son mortales ni crónicas, sino de fácil curación cuando se administran los remedios apropiados. Al tratar de cada una de ellas puntualizaré a qué clase pertenecen.
Por el momento las dividiré a todas en dos grupos: las que afectan a todo el cuerpo y las que se presentan en regiones u órganos determinados. Tras unas cuantas observaciones generales sobre todas ellas, empezaré con las primeras. Pero antes debo afirmar que no hay enfermedad en la cual la fortuna pueda aspirar a tener más poder que el arte, ni el arte que la naturaleza: pero un médico tiene mayor excusa si no tiene éxito en las enfermedades agudas que en las crónicas. La razón es que en aquellas el médico dispone de un breve lapso, y si los remedios no tienen éxito, el paciente muere. En el segundo caso, hay tiempo suficiente, tanto para deliberar como para cambiar el tratamiento; por eso, si un médico ha sido llamado desde el principio, rara vez muere un enfermo obediente. No obstante, una enfermedad crónica, cuando está firmemente arraigada, es tan difícil de curar como una aguda. Y en verdad, cuanto más antigua es una enfermedad aguda, tanto más fácil es curarla; lo contrario ocurre con una crónica; es más fácil de curar cuanto más reciente es.
Hay otra cosa que no debemos ignorar: que los mismos remedios no van bien a todos los pacientes. De ahí que grandes autores ensalcen un remedio y otros no, con su experiencia. Lo procedente, por tanto, cuando el paciente no responde a un tratamiento, es atender menos al autor que al paciente, y probar un remedio tras otro. Teniendo en cuenta, sin embargo, que en las enfermedades agudas lo que no alivia debe cambiarse inmediatamente, en las crónicas, en las que el tiempo influye, no hay que apresurarse a condenar el remedio que no haya dado resultados inmediatos, ni mucho menos debe interrumpirse el tratamiento que haya producido un pequeño alivio, porque sus buenos efectos son obra del tiempo.
II.- Diagnósticos generales de enfermedades agudas y crónicas, y diferencia de régimen en cada una. Es fácil saber desde el principio si una enfermedad es aguda o crónica: no solo en las que presentan siempre los mismos síntomas, sino también en las que varían. Cuando se registran paroxismos acompañados de súbitos e intensos dolores, la enfermedad es aguda. Cuando hay poco dolor o la fiebre sube, o los intervalos entre los ataques son prolongados, y se presentan los síntomas que se han explicado en e libro anterior, es indudable que la enfermedad es crónica.
También es preciso observar si los trastornos aumentan, se estacionan o ceden, por que algunos remedios son más propios para las enfermedades que se agravan que para las que ya declinan. Y en las primeras es preferible administrar los remedios durante las remisiones. Ahora bien, una enfermedad se agrava cuando los dolores y paroxismos aumentan, cuando los paroxismos se repiten tas breves intervalos volviéndose cada vez más intensos. E incluso en las enfermedades crónicas, que no presentan tales síntomas, podremos saber cuándo empeoran observando la aparición de los siguientes síntomas: sueño intranquilo, frecuentes indigestiones, heces fétidas, torpeza en los sentidos, comprensión más difícil y palidez. Los síntomas contrarios indican mejoría.
Además, en las enfermedades agudas no debe darse alimento al paciente antes de que el mal empiece a ceder; pues el ayuno, disminuyendo la materia, puede quebrantar su violencia; en las enfermedades crónicas es menester hacerlo para que el enfermo pueda soportar la duración del mal. Más si la enfermedad no se halla generalizada en todo el cuerpo, sino en una parte u órgano determinado, es indispensable sostener las fuerzas de todo el cuerpo, ya que esas fuerzas contribuyen a curar las partes enfermas. También hay que considerar si una persona ha recibido un tratamiento adecuado o equivocado desde el principio, ya que, en el segundo caso, si el enfermo aun conserva sus fuerzas naturales, pronto se recuperará con el tratamiento adecuado. Pero ya que empecé con los síntomas indicadores de la proximidad de una dolencia, hablaré de los métodos terapéuticos a emplearse desde el principio. En efecto, lo primero es descanso y abstinencia; si se debe algo, debe ser agua, y a veces esto debe bastar durante un día; a veces durante dos, si continúa los síntomas alarmantes; e inmediatamente después del ayuno se debe tomar un ligero alimento y beber agua; al día siguiente, vino; después, un día agua y otro vino, alternando, hasta que desaparezca toda causa de temor. De este modo se evita a menudo una enfermedad peligrosa. Se engañan los que creen que al cabo de un día puede desaparecer la lasitud, con ejercicio, baños, una purga suave, eméticos, diaforéticos o simplemente vino. No es que en ocasiones no ocurra, mas no suele suceder así; y solo la abstinencia puede curar sin riesgo alguno. Especialmente, esto puede regularse según el estado del enfermo: si los síntomas son leves, bastará con abstenerse del vino, una disminución del cual ayuda más que la de la comida. Si los síntomas son algo más peligrosos, no solo basta beber agua (como en el primer caso), sino que debe prohibirse la carne, siendo a veces necesario reducir la ración diaria de pan y limitarse a tomar alimentos de alto contenido acuoso, como las verduras. Y puede ser suficiente abstenerse por completo de alimento, vino y todo movimiento, cuando síntomas violentos dan la alarma. Y raro será que se enferme el que siga estos preceptos para combatir la enfermedad a su debido tiempo.
[1] Aurelius Cornelius Celsus, Traité de Médecine, Traduction nouvelle par A. Védrènes, Libre III, Paris, G. Masson Éditeur, 1876, p. 136-148.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA; TEXTOS CLÁSICOS DE MEDICINA TOMO I. ´CORTES, PÉREZ Y ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA DE LA BUAP. PUEBLA, PUE. MÉXICO 2007
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